lunes, 26 de mayo de 2008

Destrucción Gutural


Lunes 19 de mayo. Son las 7 de la tarde y el cielo barcelonés se muestra reacio a mostrar los cuatro débiles rayos de sol que ocultan unas amenazadoras nubes grises. Una bonita tarde de tintes apocalípticos, y todavía no tengo la entrada para Napalm Death. De hecho ni siquiera sé a qué hora van a tocar. Pese a mis indagaciones en la red, no he sido capaz de encontrar ni un miserable horario. Sólo sé que será en la sala Mephisto, local que ya visitaron en 2006. Desconozco su ubicación exacta. Pero de esto ya me ocuparé más tarde. Me dirijo a la metalera calle Tallers con la esperanza de encontrar entradas en alguna de sus numerosas tiendas de música. Nada, demasiado tarde, hay que comprarlas en taquilla. Ahora coge el metro hasta Llacuna, pregunta en un bar dónde está la sala Mephisto y camina hasta el lugar indicado. Una veintena de personas esperan en la puerta. La mayoría sin entrada, esperando a que abran las taquillas. Por los comentarios que oigo, los hay que se han enterado hace unas horas de que se iba a celebrar este concierto. Un acontecimiento bastante importante en la escena del metal extremo: los legendarios Napalm Death, los contundentes Suffocation y los desconocidos Warbringer, que prometen porque las letras de su logotipo son bastante mareantes y retorcidas, como debe ser. Lo sé porque hay carteles en la pared.


Como éste pero con la hora de apertura de puertas: 20.30. A las ocho abren la taquilla, y poco después, la puerta. Todavía quedan entradas para todo el mundo. Entro y a las 20.15 la sala está prácticamente vacía. Lo primero que pienso es que la sala Mephisto es demasiado pequeña para un grupo con la trayectoria de Napalm Death. Ellos fundaron hace casi 30 años el grindcore, sub-subgénero proveniente del hardcore punk. Su estilo, de los más duros y agresivos que existen, combina la guturalidad del death metal con una velocidad extenuante y diversos elementos que proporcionan un ambiente satánico y ruidoso: guitarras distorsionadas, batería superacelerada, chillidos. Todo un espectáculo que merece la pena ver. Embriagado de estos pensamientos, tardo en reaccionar cuando me doy cuenta que cinco jóvenes melenudos han subido al escenario y están realizando pruebas de sonido. La sala se ha llenado bastante, supera ya la media entrada, y los Warbringer van a empezar su actuación. Que ellos mismos hagan las pruebas de sonido indica que se trata de una banda bastante underground. El cantante –lo reconozco porque es el único que no tiene entre manos un instrumento- lleva una camiseta de Sepultura, ídolos del Thrash Metal. El bajista lleva una camiseta de Thin Lizzy, banda de rock de los 70. La influencia de Phil Lynott, fallecido bajista, cantante y líder del grupo, siempre es una buena garantía. Warbringer empieza a tocar ante la indiferencia del público, que no presta mucha atención al thrash metal ochentero disparado a discreción desde el escenario. Esto no influye en el ánimo del grupo: el cantante y uno de los dos guitarristas se muestran francamente motivados, según revelan sus pintorescas expresiones faciales. Voz chillona y rasgada, virtuosismo guitarrero y velocidad. Clásico y bien ejecutado. En una primera interacción con el público, el vocalista revela que el grupo viene de Los Angeles, California. Habla a gritos, casi como si cantara, e intenta sin mucho éxito enchufar vitalidad a la audiencia. “Escribimos una nueva canción antes de salir de gira”, dice el cantante (en inglés, obviamente), “¿queréis oírla?”. Indiferencia. “He dicho, ¿queréis oírla?” “Yeah, we want to hear it”, responde alguien con desgana. Hacia el final de la actuación, el ambiente se caldea un poco. Se forma un circle pit de unas cuatro personas y un chico sube al escenario para luego lanzarse desde él. No hay seguridad ni sobre el escenario ni frente a él, pero esto poco les parece importar a los miembros de Warbringer.


Al finalizar la actuación de los californianos, la sala prácticamente se ha llenado por completo. Mientras espero a Suffocation, me fijo en la gente que tengo alrededor. Sorprendentemente, hay casi más gente con el pelo corto y, en ocasiones, gorra que metaleros melenudos. Se ven bastantes camisetas de Napalm Death, pero también de otros grupos de heavy e incluso de punk: desde Motörhead, Metallica y Machine Head hasta Sex Pistols y Exploited. Salen al escenario los neoyorquinos Suffocation. Se nota en el ambiente que el público está expectante. Hay gente con camisetas del grupo, aunque no son mayoría. La gente encara el escenario. El estilo de Suffocation es bastante más agresivo que el de Warbringer. Ahora entramos ya en el terreno del death metal y las voces guturales. Eso sí, todo ello envuelto en una técnica cuidada meticulosamente y ejecutada con maestría y veteranía –hay que tener en cuenta que el grupo se formó en 1990. Los músicos se toman su tiempo haciendo las pruebas de sonido. Parece que no les acaba de gustar como suenan sus instrumentos. Quizás son demasiado quisquillosos para ser intérpretes de metal extremo. Al menos está claro que forman un conjunto bastante pintoresco, que incluye a dos negros rastafaris, uno de ellos con gafas. El cantante, Doug Cerrito, está rapado y lleva una camiseta sin mangas y pantalones anchos. Realiza las pruebas de sonido de los micros de forma muy deathmetalera: “check, check, one, two, one two, ggggggggggggggggwwwwwwwwwwwwwaaaaaaaaaaaaaaaarrrrrrrggggghhhhh (gruñido gutural furioso)”. Cuando empiezan a tocar es evidente que el vocalista sabe emplear su carisma. Mueve la cabeza y las manos al frenético compás de la batería, mientras saca la lengua en muestra de gamberrismo. El público responde con considerables pogos en cada canción que va sonando. “This song is about killing people”, (en inglés hace más gracia) dice Cerrito en un momento de la actuación. “Es algo que todos queremos hacer, especialmente en un lunes”. Cuánta razón tienes, amigo. Todo esto me lleva a pensar que éste no es un concierto a priori demasiado apto para mujeres. Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que, pese a que, como es obvio, predominan los hombres, la presencia femenina es considerable. Poco después, la presión de unos pechos de considerable magnitud en mi espalda confirman mi suposición.


Acaba la actuación de Suffocation con los ánimos muy caldeados. Realmente han dejado el listón alto. Ahora sólo queda el plato fuerte de la noche. Son las 22.45. Me acerco al escenario y consigo situarme en la segunda fila. Delante de mí, varios fans con camisetas de Napalm Death, una chica con su novio y un tío con una camiseta de Pink Floyd. En primera fila. Con una camiseta del grupo setentero de rock psicodélico Pink Floyd. En la primera fila de un concierto de Napalm Death. Me pregunto si alguien le ha engañado o si su intención era vacilar. Supongo que la respuesta correcta es la segunda opción. Hay que tener en cuenta que el grindcore tiene seguidores de estilos de música bastante diversos. Napalm Death puede atraer a roqueros y a alternativos de todos los tipos. Media hora de espera y pruebas de sonido. Esta vez las realizan gente del staff del grupo, no sus propios miembros. Cuando por fin la banda sale al escenario y empieza a tocar, queda claro que su misión no es otra que arrasar con su mastodóntico poderío musical. El grupo abre con Skin Fast, Let Go, de su último disco, Smear Campaign, del que interpretan unas cuantas canciones en la primera parte del concierto. “Este disco habla de la religión, que es la mayor gilipollez y comida de tarro de la historia, y está dirigido a los librepensadores como vosotros”, proclama Barney Greenway, el cantante y líder. El público vocea satisfecho. Más tarde, el grupo toca casi todas las canciones de su primer disco, Scum, de un tirón. Es comprensible, pues la mayoría de ellas duran poco más de un minuto. Incluso interpretan la clásica You Suffer, récord guiness por durar menos de un segundo. Otro punto interesante es cuando tocan su propia versión del clásico Nazi Punks Fuck Off del grupo de hardcore punk Dead Kennedys. Brutal. En conjunto, todo el concierto, que dura aproximadamente hora y media, se basa en violencia, ruido, potencia, velocidad y éxtasis. Mucho pogo y mucha entrega tanto del público como de la banda, especialmente de su líder, que al final del recital se queda en el escenario dando la mano a todos los afortunados, uno por uno, que nos encontramos en las primeras filas. Todo indica a que el futuro aún no está escrito para esta veterana banda de 27 años de trayectoria. 27 años muy bien llevados.

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